
Por definición, un profeta es alguien que «habla» la Palabra de Dios. Por esa razón, se requiere una tenacidad por las Escrituras y la pasión de buscar el corazón de Dios a través de lo que Él ya ha hablado. Un profeta no es un profeta porque pueda «ver» en el reino espiritual, ya sea a través de sueños o visiones, ni porque tenga encuentros sobrenaturales o experiencias en el tercer cielo.
Un profeta es un profeta porque ha estado en el consejo de Dios y Él ha puesto Su Palabra en su boca.
«(4) Entonces vino a mí la palabra de Jehová, diciendo: (5) Antes de formarte en el vientre materno, te conocí; Antes de que nacieras, te santifiqué; Te he ordenado profeta a las naciones». (6) Entonces dije: ¡Ah, Señor Dios! He aquí, yo no puedo hablar, porque soy joven». (7) Pero el SEÑOR me dijo: No digas: Soy joven, porque irás a todos los que yo te envíe, y hablarás todo lo que yo te mande. ( No temáis de sus rostros, porque yo estoy con vosotros para libraros —dice el Señor—. (9) Entonces el SEÑOR extendió su mano y tocó mi boca, y el SEÑOR me dijo: He aquí que he puesto mis palabras en tu boca. (10) Mira, yo te he puesto hoy sobre las naciones y sobre los reinos, para que arranques y derribes, para que destruyas y derribes, para que edifiques y plantes.» – Jer 1:4-10